Prefiero la poesía

 

Prefiero la poesía a la prosa, y la música a la poesía.

La pintura, además, no debe ser realista.

El lenguaje tiene que tornarse juego. La lengua es naturalmente simbólica, tanto más rica cuanto más difusa.

¿Hay algo tan maravilloso como la sinestesia? Solo está al alcance de individuos altamente sensibles. La sensibilidad es, por tanto, una bendición.

Quiero hablar de la hiperconciencia pero obviamente me dejaré algo. Al principio me asusté, es un fenómeno tan abrumador. Te sientes conectado y, llega un momento, en el que el flujo de datos de toda índole es tan intenso, que tu mente pasa irremediablemente a otro estado.

En este nuevo estado ya no existe un hilo conductor del pensamiento, existen millares. Se suceden imágenes y sensaciones. Se agolpan, si queremos ser más exactos. Es realmente intenso.

Existe el fenómeno contrario. La mente se inunda de una luz, de un todo-vacío repleto de contenido. Y hay quietud y calma, un gran paz, La Paz.
A mi parecer estos dos estados mentales representan lo mismo, la certeza, la comunión. Hay que quedarse quieto, en la medida de lo posible. Prefiero el segundo al primero. Creo que basta experimentarlo una vez y, luego, tener la lucidez suficiente como para recurrir al recuerdo en momentos de flaqueza, duda, falta de esperanza…. tristeza o abandono.

No sé cuándo – eso, por otro lado, no importa ahora – aprendí, o experimenté, algo de vital importancia. Sí sé que fue después de un golpe de esos que te da la vida. Lo que ocurre normalmente, no solo la primera vez, es dejarse llevar por la desesperación. El tiempo parece detenerse.

En realidad, no ha pasado nada catastrófico y, en cualquier caso, ¿qué se considera catastrófico? El dolor deja de serlo cuando se acepta. No todo depende de nosotros. Hay que tener la serenidad suficiente para darse cuenta de esto.

Dejemos que la vida siga su curso, sin oponer resistencia. No hablo de resignación, solo debemos ocuparnos, nunca preocuparnos, de lo que sí está en nuestra mano. No pretendo saber por qué es así, pues acepto mi finitud humana, pero, experiencialmente, sé que así es. El concepto clave, como en todo aprendizaje significativo, es haber vivido la experiencia concreta.
Este hecho me ha dado mucha paz en los últimos años. Aceptación y confianza. Tampoco tiene que ver con el determinismo y la negación del libre albedrío, no seamos presas de esa falacia. Esto solo atañe al devenir, a aquello que no depende de nosotros.

Vi a mi hija, menor de tres años entonces, sufrir crisis epilépticas. Vi su ausencia, su mirada perdida, sus labios azulados y su hipoxia. Recuerdo el día en que José María, el director de la guardería me llamó a su despacho. No sé por qué, ocasionalmente aquel día, la recogía yo. Poco después fueron llegando los diagnósticos. “Noa tiene autismo”, -nos dijeron finalmente-. No me sorprendió.

No es dolor lo que he sentido estos años, no más allá de saber cuál es mi límite. De hacer lo que sé que puedo y debo hacer, solamente eso. Mi hija me ha ayudado a mí, no me machaco, soy feliz. Me limito a cuidarla, a quererla, a intentar comprenderla sin juzgar, como hago con mi otro hijo. No me lamento; eso sería un acto de soberbia por mi parte.

Que existan el autismo y otras muchas cosas más dolorosas para el ser humano no es algo a lo que nosotros debamos encontrar un sentido. ¿Acaso alguien que se ha sentado tranquilo aboga por la casualidad? ¿Somos nosotros creadores de nosotros mismos? Menos aún de algo que nos supera con creces. Nosotros no inventamos el juego, ni tan siquiera pedimos jugar. Solo aprendemos reglas básicas que son suficientes para disfrutar de la vida. La vida es lúdica en este sentido y no por eso menos seria.

No hace tanto que Noa sufría, su frustración era grande a veces y se autolesionaba. Su conducta, preocupante. Dejé que los médicos y los profesionales de Apnaba hicieran su labor. Fui humilde, colaboré con ellos, acepté y me abandoné con confianza. Noa se sigue poniendo rabiosa, pero su nivel comunicativo se parece, cada vez más, al de alguien clasificado como neurotípico. Su sufrimiento y el nuestro son menores. Supe que pasaría lo que tuviera que pasar, una vez que mi mujer y yo hicimos lo que podíamos en cada momento. Mi corazón estaba sereno y yo estaba en paz.

Siempre he tenido muchas reticencias en lo que supone – su eficacia – la comunicación humana. Ayudo a Noa a adquirir las herramientas que utiliza la mayor parte de la sociedad en la que vive. Sin embargo, la comunicación verdadera, ese lenguaje de bajo nivel – usando un símil prestado de la computación – que nos permite traducir y pasar de una plataforma a otra, es más sutil, más puro, más ingenuo, más básico. Aceptar, estar, esperar, sentir, ser sentido. No son las consignas el punto clave, no son las proferencias que emito cuando me comunico con Noa. Es quién soy yo para ella -en su lenguaje – lo que permite la comunicación. Tiene que ver, principalmente, con cómo siente mi actitud hacia ella.

Esto pasa por la aceptación del otro y de su circunstancia, de la humildad que nos saca de nuestro marco conceptual erróneo, del abandono – el saber esperar – y, por descontado, del amor. Aún así, fallaremos a veces, no nos fustiguemos por ello. Más bien sonriamos siempre. Ese día, al irnos a la cama, ni supimos ni pudimos hacerlo mejor. Sí lo intentamos con nuestro mayor empeño de aquel día en particular pues, por suerte, no todos los días son iguales.

Hace relativamente poco tiempo retomé el contacto con personas afectadas por trastorno de personalidad. Sin explayarme en definiciones, etiología, historia, evolución personal, criterios diagnósticos – baste esta sucinta lista de variables – me quiero centrar en un síntoma común a todos ellos y, por cierto, muy incapacitante, la ansiedad.

La ansiedad es hija, por un lado del catastrofismo y, por otro, de la impaciencia. En realidad, bastaría quedarse con la segunda pues, si se tuviera paciencia, no habría lugar para el primero. Hablo de esto aquí porque la realidad que describía más arriba, cuando hablaba de mi hija, es esencialmente lo mismo en lo que se refiere a su superación.

Cuando fui diagnosticado, hace diecisiete años, lo viví como una catástrofe, entendida como algo irreversible, o que quería que cambiara de un día para otro. Mi impaciencia solo me desesperaba y apenas pensaba en otra cosa que no fuera en mi deseo de reducir la medicación y volver a ser funcional, para mí, independientemente de cómo entiende la sociedad este concepto. Mi madre, eso lo supe después, aceptó, actuó y esperó.

Hace pocos días escuché por primera vez: “pasó el conejo, llegó el consejo” en un contexto de crítica política. El mismo es aplicable, con más rigor si cabe, en lo vivencial, en la evolución personal. Mi sensación en las terapias grupales siempre ha sido la misma. Por un lado constatar que las vivencias de todos los afectados -salvando matices personales – son las mismas. Lo que varía son los tiempos, cuánto quiere uno permanecer en cada fase. Alguno se sentirá incómodo con esta afirmación pero, el tiempo de cura, porque la hay, depende en última instancia de la actitud del afectado. Yo soy en este caso el que da el consejo una vez que ha pasado el conejo. Pasé por muchas fases y sé lo que ocurre y va a ocurrir.

Por otro lado, lejos de querer ser prepotente, lo que siento es impotencia. Estoy de acuerdo con mi mascota el conejo, que me da la perspectiva. Fui de los primeros diagnosticados en el país y pocos o ningún conejo habían pasado entonces para mí. La impotencia que siento es no poder transmitir la seguridad de que esto pasa, si uno quiere. Entiéndase que el proceso es largo, la vida es larga. Yo he tardado diecisiete años en llegar aquí y nunca se llega a ningún sitio. El proceso, aunque lento, puede acelerarse mucho si se tienen referentes y ganas.

Al hilo de lo que decía, todo consiste en saber esperar. Una vez que uno ha aceptado su finitud y ha hecho su parte, lo demás, lo que tenga que venir, vendrá solo. No hay secreto salvo aceptarse, paso a paso, y con humidad – esto es válido para cualquier ser humano – y permitir que ocurra lo que dice el dicho popular:”zapatero a tus zapatos”. Cada persona, psiquiatra, psicólogo, familiar, afectado es fundamental y debe poder hacer su papel. Que nadie pretenda curarse sin seguir las indicaciones medicas o realizando cualquier acción que esté demostrado que es perniciosa para ello.

Me gustaría también citar a Nietzsche pero arreglando su frase ” Tatchache gibt es nicht, nur Interpretationen” (no hay hechos, solo interpretaciones). Es falsa en lo siguiente, los hechos sí existen y, también, las interpretaciones. Los hechos podrían ser, en principio, incluso insoslayables, no así su interpretación. El caso del autismo de Noa, y con esto espero que todo lo que he expuesto hasta ahora cobre sentido, al igual que mi diagnóstico, son hechos.

Tanto su cerebro como el mío están, para simplificar mi argumentación, configurados de manera diferente al de las personas neurotípicas. Ese, y no otro, es el hecho que expresan nuestros diagnósticos. Mi interpretación de ese hecho en concreto, con relación al trastorno de personalidad vino después. Acepte el diagnóstico de Noa e hice lo que podía hacer. Dejé el resto a los profesionales y a la divina naturaleza, que me ha recompensado con creces. Interpreté que lo que había hecho con mi hija es lo que tenía que hacer con mi trastorno y, en general, así funciona la vida. Suelo decir a mis alumnos que la vida es un videojuego, se matan monstruos y se van pasando fases. No te dejan pasar de fase si no has pasado la anterior.

Estoy seguro de que esta forma de actuar llega a cambiar la estructura cerebral. La plasticidad de nuestra mente es mayor de lo que muchos creen.
Varias compañeras de la asociación me preguntan qué tiene de bueno nuestra peculiaridad. Eludo la respuesta fácil y obvia – no por ellos menos importante – de que tener un diagnostico facilita el tratamiento. Les contesté lo que sigue.
Mi relación con alumnos con necesidades educativas especiales siempre ha sido muy buena, de manera espontánea y natural, al igual que con el resto de mis alumnos, más incluso con aquellos con problemas sociales y familiares. Más tarde observé que mi aceptación del autismo de Noa no fue tal, no tuve que pasar esa fase, y mi relación con ella siempre ha sido natural y, por tanto, extraordinaria. Nos entendemos con nuestro lenguaje. Me atrevo a decir que compartimos parte del sistema operativo.

Esa configuración cerebral, un sistema emocional hiperreactivo en mi caso y en parte, en el suyo también, ¿es buena o mala? Ciertamente no quiero renunciar a mi sensibilidad, a esos momentos de hiperconciencia, a ver la naturaleza, no solo contemplarla, a mi relación con los niños, a la bondad y a la capacidad de amar que tienen muchos individuos no neurotípicos. La gente se plantea si querría que su hijo no tuviera autismo. La pregunta es paradójica, no sería su hijo.

Yo he elegido hacer. La injusticia se combate con la acción. No tiene sentido hablar de justicia. Hans Kensel, un gran jurista, no ha fue capaz de definirla. Sí tiene sentido hablar de frustración. Potencio mi racionalidad, mi pragmatismo mejor dicho, para sacar partido a mi diagnostico. Somos libres de ponderar los hechos a nuestro antojo. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Javi-Hernandez

Javi HS Maestro Alumno

Javi Hernandez

Javi Hernandez

Javi HS Maestro Alumno

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