Otras veces hemos traído a este blog historias sobre personajes ilustres que tenían algún tipo de trastorno mental.

Hoy publicamos el inicio del capítulo “¡Carolina ha muerto!”, adaptado por la propia autora  para este artículo, del libro Carolina Coronado. Del romanticismo a la crisis de fin de siglo (Badajoz, Del Oeste Ediciones-Diputación Provincial, 1999), biografía de la poeta escrita por Isabel Mª Pérez González.

¡CAROLINA HA MUERTO!

A finales del año 1843 aparecía en Madrid la primera colección de Poesías de Carolina Coronado, prologada por Juan Eugenio Hartzenbusch. No podía tener mejor introductor en el mundo de las letras, ni su obra podía aparecer en mejor momento. La generación más exaltada, la de ideas, creaciones y afanes más efervescentes estaba aún en su apogeo, y la poeta tenía belleza, juventud, ingenio y, sobre todo, la insatisfacción recóndita de una mujer con afanes literarios prohibidos a su sexo, que la hacía desgraciada. ¿Qué mejor cosa para ganarse a la juventud romántica? Donoso Cortés había recomendado su primer poema, “A la palma”, y Espronceda la había aclamado como poeta paisana; ahora, con Hartzenbusch de mentor, la acogieron los demás escritores. Un nuevo capítulo se abría en la obra de Carolina Coronado: el de la poesía para todos. Atrás quedaban las lecturas nocturnas, las poesías a escondidas, las críticas del vecindario a tales extravagancias en una mujer. Atrás quedaban también los quehaceres menudos, las fantasías imposibles, los juegos infantiles. La niña Carolina, la adolescente, murió al nacer su primer libro.

Porque, como si quisiera gritar el fin de su pasado, en un alarde, en un gesto romántico, Carolina se murió un día de enero de 1844. Se murió sin morirse, que ni ella misma lo sabía, pues se dice que fue sólo un sueño cataléptico, un descanso en la vida para seguir viviendo. Pero ya el diario madrileño El Mundo había difundido la necrológica el 10 de ese mismo mes y tras él, otros periódicos. Un clamor fúnebre se extendió entonces entre los románticos, siempre dispuestos para la tragedia. Y entre ellos, un poeta de Arévalo que acababa de llegar a Madrid, Eulogio Florentino Sanz: fuego en los ojos y rictus de ironía, bucles desmelenados sobre la frente pálida, todo bigote altivo, todo romántico desdén; y como antes hiciera Zorrilla sobre la tumba de Larra, él también lloró con versos que le agrandaron la fama, esta muerte de mentira. No son versos importantes, son estrofas de juventud publicados en La Iberia Musical y Literaria el 18 de enero. Y otro poeta, el cantor de las Doloras, Ramón de Campoamor, escribía a su amigo Nicomedes Pastor Díaz unas “Glorias Póstumas” dándole la noticia.

Pero no, Carolina Coronado no había muerto, era sólo un engaño de su destino romántico, un breve suspenso en sus cansados forcejeos; reposo a oscuras, meditación en sueño para volver a nacer. Y parece que salió de la catalepsia como quien nace otra vez con renovadas fuerzas de resucitada, con el sabor extraño de una muerte en vida, con el orgullo de muerta llorada. Y el 15 de enero, desde Badajoz, desvestida ya de su falsa mortaja y respirando aire puro, deshizo el engaño con una carta enviada al Heraldo de Madrid, que el periódico publicó el 19, un día después de haberla llorado todos con el llanto de Florentino Sanz: “Sin comprender la razón que haya podido haber para suponerme muerta, me apresuro a manifestar mi gratitud a los buenos redactores que han lamentado esta noticia en sus periódicos, y les ruego, que estampando mis palabras en el próximo número de aquellos, me ayuden a reparar de una vez el disgusto que su involuntario error haya producido en todos mis amigos”.

En ese mismo mes la poeta enviaba una composición “A los redactores de El Guadalquivir de Sevilla” y a cuantos lloraron su muerte, que sería publicada por la Revista de Teatros el 27 enero. Y como es natural, también para su cantor de Arévalo, Eulogio Florentino Sanz, tuvo Carolina palabras de correspondencia, dirigidas el 28 de ese mismo mes desde La Iberia Musical y Literaria. Aquellas demostraciones de admiración sirvieron, pues, para que la escritora pudiera advertir que en realidad lo que había bajado a la tumba era su edad de tanteos laboriosos y atosigantes incertidumbres. Pero no ella, ni su poesía, dispuesta ahora para dar la medida. Porque Carolina, segura ya de sí misma, había comenzado a enviar sus composiciones a cuantos periódicos las solicitaban. Precisamente La Risa, de la cual era única redactora femenina, publicaba el 21 de enero una “Fábula. La poetisa y la araña”, con una nota que concreta la supuesta fecha de su muerte: el día 3 de enero.

Pero no todo fueron lamentaciones. La muerte y resurrección de Carolina fue también motivo de esperanza para otra mujer, Robustiana Armiño, que desde la lejana Asturias escribía solitaria e incomprendida –“como un fantasma sombrío”– tristes poemas, parejos a los de su compañera extremeña. Uno de ellos, precisamente el que celebraba la supuesta resurrección de ésta, lo envió al Liceo de Badajoz. Y de nuevo la prensa insistía en desmentir la muerte de Carolina, ahora en una nota precedente al poema de Robustiana Armiño, que decía: “Esta bella composición fue inspirada por la resurrección gloriosa de la joven encantadora poetisa a quien va dirigida, muerta poco hace a impulso de las mentiras de la prensa periódica¹”. Hay en esta advertencia de El Liceo de Badajoz un aire de indignación que induce a pensar en la falsedad, no ya de la muerte sino del supuesto ataque cataléptico que motivó el rumor. Antes fue Carolina quien en El Heraldo había mostrado su extrañeza; ahora son los redactores del Liceo –cuyo director era precisamente Pedro Coronado, hermano de la poeta–  quienes muestran parecida actitud.

Lo cierto es que Carolina era una joven de temperamento enfermizo y sensibilidad extrema. Su infancia no había sido común; mientras los otros niños jugaban, ella había tendido a devanar pensamientos y a ensimismarse en la contemplación del mundo natural; sus lecturas no habían sido acordes con la edad, sino lecturas de reflexión y buceo en la intimidad del alma. Carolina, en fin, había sido niña precoz en un cuerpo infantil. Los grandes románticos fueron todos tempranos en la introspección de lo recóndito; fueron niños con ansias de hombre y como niños, anhelaron una existencia a golpes de fantasías ausentes, y de tan fatuos anhelos les creció la impotencia, la insatisfacción, el descreimiento. No hay dolor afectado ni desencanto teatral en la postura romántica, es sólo que un espíritu anhelante, a base de reprimir los anhelos, llega al desequilibrio cuando no a la locura o la muerte. Carolina, a fuerza de arrastrar durante años los deseos contraídos y el corazón estrujado, sacó a flor de piel un trastorno mental incipiente que se agudizaría con el tiempo. Su sistema nervioso largamente castigado, saltó un día hecho pedazos, se descompuso todo y cayó en letargo reparador ².

Repuesta del susto de la muerte, Carolina siguió escribiendo con la febril premura de quien se sabe esperada y con la responsabilidad de quien se sabe leída, ya sin condescendencias.

“Con tanto empeño he hecho versos desde que se publicó mi primer cuaderno que muy pronto terminaré el segundo dedicado a usted –escribía a Hertzenbusch en junio de ese mismo año 1844–. Pero estoy muy recelosa de mi trabajo, me he hecho tan descontentadiza que muchas veces he de examinar una por una mis composiciones antes de someterlas a la sabia censura de usted”.

Seguramente a aquellas alturas era ya imposible que su maestro pudiera revisar cuantas poesías compusiera Carolina. Los periódicos la reclamaban y con su permiso o sin él, la autora extremeña figuraba como colaboradora de múltiples publicaciones: “A mi despecho muchas de ellas se están publicando en los periódicos -continuaba en la carta citada-, pero éste es un mal irremediable: todos los días sale un periódico nuevo y soy yo colaboradora de él; en un principio me lisonjeaban estas muestras de atención de los periodistas pero su abuso me las ha hecho insoportables. He contraído la imperiosa obligación de corresponder a las continuas invitaciones de numerosos redactores pues una sola vez que me he negado a enviar versos al Marañón, papel andaluz detestable, me han llamado en él pedantuela por lo que estoy acobardada.La única disculpa que pudiera dar a esos buenos inoportunos es la de mi salud, pero no me atrevo a darla porque, de seguro, la prensa me haría morir por segunda vez y aún no estoy recobrada del susto que me causó con la primera”.

Extremadura por su parte la reclamaba también. El éxito de Carolina Coronado había sorprendido en Badajoz donde vino a ser un revulsivo para los intelectuales, que aceptaron de muy buen grado la presencia de esta mujer entre sus círculos. Porque en lo que se conoce sobre el ambiente cultural pacense de aquellos años, es observable la constante presencia de la poeta en el mundillo literario de la ciudad, congregado en torno a la Sociedad Económica de Amigos de País, la Academia científica y literaria o el Liceo Dado el carácter abierto a ambos sexos que tenía esta última institución, fue en ella en la que la poeta brilló con luz propia ³.

El Liceo de Badajoz había germinado en unas tertulias literarias, originariamente circunscritas a un círculo de amigos, cuyo éxito fue tal que acabaron convertidas en una sociedad de lectura y recreo. El fundador y alma de estas reuniones había sido Pedro Coronado, bajo cuya tutela quedarían establecidas como Liceo artístico y literario, en 1844. Trasladado éste a un nuevo local y redactados los nuevos estatutos, la sociedad se dividió en las correspondientes secciones literaria, lírica, dramática, de dibujo… Sin duda la poeta venía participando en esas reuniones desde que las voces intelectuales más autorizadas le habían dado el espaldarazo, de modo que cuando la tertulia tomó forma de Liceo, Carolina pudo entrar por la puerta grande de dicha sociedad. Da fe de ello la frecuente presencia de su firma en El Pensamiento y El Liceo de Badajoz, órganos de la correspondiente sección literaria 4 . También da testimonio de su influencia entre bambalinas el hecho de que ambos periódicos se convirtieran en altavoz de la primera generación de mujeres escritoras que, desde todas las latitudes de la geografía española, saltó en esos años a la palestra de la literatura. Fue así como el movimiento que la crítica ha llamado “hermandad lírica femenina” tomó voz y forma a impulsos de la escritora extremeña, a quien las demás mujeres reconocieron como su abanderada, y precisamente desde las páginas de estos periódicos pacenses auspiciados por el Liceo Artístico y Literario de la ciudad de Badajoz.

Isabel María Pérez González

NOTAS:

  1. El Liceo de Badajoz, nº3, (14 de abril de 1844)
  2.  Otros ataques catalépticos se producirán a lo largo de su existencia, casi siempre cuando alguna tragedia bamboleaba su hiperestésica alma. Para la investigadora Isabel Fonseca esta enfermedad podría estar relacionada con el esfuerzo que suponía su memorístico modo creativo: “Es imposible determinar si este esfuerzo mental a que se sometía la poetisa era la causa de su continuo desequilibrio nervioso, o si, por el contrario, su desequilibrio le permitía esta capacidad de retención”. (ISABEL FONSECA RUIZ, “Cartas de Carolina Coronado a Juan Eugenio Hartzenbush”, Homenaje a Guillermo Guastavino, Madrid, 1974, p. 18).
  3.  La familia Coronado, siempre vinculada a la administración y la inteligencia pacense, tuvo estrecha relación con estas y otras instituciones. El padre, Nicolás Coronado, figuró entre los ciudadanos que “por su probidad, patriotismo e ilustración”, fueron invitados por el jefe superior político de la provincia, Cayetano Cardero, para asociarse a la Económica de Badajoz, en la reorganización de 1842. En 1843, la Academia científica y literaria de maestros de primera instrucción nombró socios honorarios a Nicolás Coronado y a Pedro Coronado (bachiller en leyes, oficial segundo archivero del mismo organismo en 1841, luego oficial primero en 1843). Por su parte, Fermín Coronado, que dimitió varias veces de oficial auxiliar de la Secretaría de la Diputación para incorporarse a la Milicia Nacional, va a desarrollar en 1844 una activa vocalía en la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia. Ángel Coronado, uno de los hermanos menores, fue admitido el 24 de marzo de 1844 como “alumno no aspirante” de la Escuela Normal de Instrucción Primaria. Días antes, don Nicolás había formado parte del tribunal de oposiciones al cuerpo administrativo civil del gobierno político de la provincia, celebradas el 7 de marzo.
  4. Tres fueron los periódicos auspiciados por esta sociedad. El más antiguo fue El Liceo de Badajoz (del 1 de abril al 8 de diciembre de 1844), convertido por decisión unánime en “órgano del pensamiento de la Sección de Literatura que constituye su redacción”, aunque su responsable era Pedro Coronado (El Liceo de Badajoz, nº15, 7 de julio de 1844). Días después de suspenderse esta publicación y a poco de ser reelegido presidente de la sociedad Pedro Coronado, apareció El Guadiana (del 16 de diciembre de 1844 a fines de abril de 1845), dirigido por Rafael Cabezas. Este periódico aun dando cabida a colaboraciones literarias, atendió sobre todo a los intereses materiales de la región. No colaboró en él Carolina Coronado, al menos en los ejemplares que hemos podido consultar (1 de mayo a 20 de diciembre de 1845), correspondientes todos a la segunda época de esta publicación que fue del 1 de mayo de 1845 al 24 de julio de 1846. Sí aparecen autores foráneos como José Mor de Fuentes, Ramón de Valladares y Saavedra, Víctor Balaguer, y las escritoras Robustiana Armiño y Vicenta García Miranda. El tercero fue El Pensamiento (del 18 de diciembre de 1844 al 18 de junio de 1845); más que un periódico era una revista literaria cuyos trabajos fueron analizados y transcritos por la prensa de Madrid y provincias. Lo dirigía Pedro Coronado quien contó con la gran colaboración de su hermana Carolina.

 

Isabel Mª Pérez González (Santa Marta, Badajoz) es Licenciada en Historia.

  • Ha sido profesora de Lengua y Literatura del IES San José de Badajoz.
  • Ensayista e investigadora, con numerosas publicaciones. Gran especialista en la poetisa extremeña Carolina Coronado sobre la que ha publicado varios libros: Carolina Coronado. Etopeya de una mujer (Badajoz, Diputación, 1986), Con cien ojos al Guadiana (Badajoz, Confederación Hidrográfica de Guadiana, 1996), Carolina Coronado. Del Romanticismo a la crisis fin de siglo (Badajoz, Del Oeste Ediciones-Diputación, 1999).
  • Actualmente, con motivo del bicentenerio del nacimiento de Carolina, está preparando otros dos libros de próxima publicación.
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