Un miembro de la asociación, familiar de un afectado nos envía un texto para su publicación.
Autor: M.
Una vez, tumbada a la orilla de un río, me pareció oír que alguien me hablaba pero estaba cansada y me quedé dormida. Mientras dormía, soñé que era el río el que quería contarme su historia y yo me dispuse a escucharle atentamente. Me dijo que mirase al frente y vi una enorme montaña en la cual se podía apreciar a lo lejos que de ella descendía un hermoso valle. Él me comentó que era su lugar de nacimiento. Yo no tenía palabras al ver tanta belleza pues nunca había reparado en ello.
Noté una voz cansada, pero me centré en su relato porque sentía que quería y necesitaba que le escuchasen. Recordaba con ternura el día de su nacimiento y como sus aguas empezaron a brotar en aquel valle tan mágico. Estaba rodeado de vegetación y sintió la fuerza de la naturaleza. Esta se presentó y le dijo que era Madre Tierra. Le dio la bienvenida a la vida y cariñosamente le dijo que lo único que quería era verle crecer feliz y siempre por un buen cauce y el pequeño riachuelo le prometió que así sería. Se sentía vivo y se notaba en la bravura de sus aguas. Cada día que pasaba crecía más y más y, mientras lo hacía, se sentía feliz pues a su regazo se entregaban otros seres vivos que lo necesitaban. Él calmaba su sed también, refrescaba sus cuerpos y alimentaba las raíces de unas pequeñas plantas que junto a él crecían formando parte de hacer cumplir el ciclo de la vida. Pasaba el tiempo y un día en uno de sus recorridos descubrió un pequeño afluente que se había perdido. Tímidamente el pequeño con su murmullo triste le pedía ayuda pues no sabía cuál era su misión. El río sintió que no podía abandonarlo y decidió ayudarlo en su camino. Cada día se encontraban y su murmullo podía oírse a kms. de distancia. El vaivén de sus aguas era pausado y en calma.
Pero un día en una de sus encuentros Afluente le dijo a Río que estaba aburrido del cauce que llevaba y que no sabía cómo ni por qué, pero no se encontraba satisfecho y feliz con nada. Entonces Río montó en cólera porque sabía que el pequeño no podía alejarse del cauce al cual pertenecía. Afluente decidió alejarse y, ávido de aventuras, era un remolino de emociones: le invadió la ira y con fuerza movía sus aguas para hacerse notar. El viejo río impotente solo observaba. Trató de hacerle comprender que él lo amaba y quería lo mejor para él. No escuchando los consejos que el viejo río le daba se adentró en su nueva aventura. Al principio todo parecía ir bien hasta el día en que Tempestad se cruzó en su camino. Tempestad se alimentaba de ira y no tenía amigos.
Un día Tempestad invitó a Afluente a acompañarle en una de sus temidas aventuras. Mientras caminaban juntos Afluente observó que ya nadie se le acercaba pues con su bravura asustaba. Tempestad le dijo que tenía que hacerse respetar y que ella sabía cómo hacerlo. Él la siguió y juntos esperaban a Lluvia. Esta tampoco controlaba sus impulsos y a veces descargaba su furia en el momento más inesperado y, junto a Borrasca, era una tormenta desatada. Afluente se alimentaba de esa ira incontrolada y así sus aguas crecían y crecían. De pronto se sintió desbordado y ya no podía parar la bravura de sus aguas. A su paso embravecido destruía todo aquello que arrastraba. Afluente sintió que ése no era él y trataba de reconducir sus aguas. Gritaba con fuerza pidiendo ayuda. A lo lejos alguien oía su lamento. Era el viejo rio que le había visto crecer y sin pensarlo dos veces salió a su encuentro. Le costaba alcanzarlo pues ya estaba viejo y cansado pero eso no iba a detenerle, hasta que lo encontró. Afluente estaba desvalido y cansado de dar tumbos.
Lo que Afluente desconocía era que Río jamás le había abandonado. Había salido en su busca abandonando su cauce en su recorrido. Encontró aguas estancadas que impedían su camino pero tenía que continuar su lucha pues sabía que Afluente le necesitaba y así lo encontró. Río se dio cuenta de que el murmullo de Afluente era triste y apagado y juntos emprendieron el camino de regreso. No le regañó en ningún momento, le acogió de nuevo en su regazo y comprendió que Afluente ya nunca sería el mismo. Aunque Río sabía que Afluente tenía días bravos, él siempre conservaba la calma y lo arrullaba entre sus aguas para hacerle sentir el amor y la protección que Afluente necesitaba. Juntos encontraron el cauce que nunca debería haber abandonado y volvían a encontrarse cada día en el lugar de antaño y charlaban con calma. A lo lejos podían escucharse de nuevo sus murmullos llenos de amor y esperanza.
De repente, oí una voz que trataba de despertarme y me decía: “¡Al fin te encontré!”. Entonces recordé que había salido corriendo sin rumbo al sentirme desbordada sin saber cómo hacer para reconducir a mi familia y de ello me culpaba. Recordé la historia del viejo río y pensé en todo lo ocurrido. Estaba muy confundida pues sólo había sido un sueño, pero parecía tan real y se parecía tanto a la historia de mi vida que al levantar mis ojos sentí la satisfacción de tenerte cerca, mi pequeño afluente. Te abracé con fuerza y te dije que siempre sería el río que te llevaría a buen cauce y que ninguna tempestad ni borrasca nos podía separar jamás. Tú me dijiste: “¡Te quiero mamá!”, y ese es el mejor murmullo que yo puedo oír en mi vida.
Sé que me equivoqué muchas veces y que descuidé lo que más amo escondida detrás de mi inocente juventud, pero con el tiempo descubrí el enorme dolor que te había causado la vida y te prometo que estaré siempre a tu lado sin juzgarte y ayudándote a caminar a ti y al resto de nuestra familia. Sé que a veces Tempestad y Borrasca vendrán a visitarnos, pero juntos lograremos apartarles con el amor de una familia unida. Después de algún tiempo tumbada a la orilla de la playa me pareció oír un murmullo viejo y cansado pero feliz el cual me decía que Afluente había cogido su cauce y era feliz. Él sabía que ningún afluente desemboca en el mar pero que esperaba que un día volviese a su regazo y juntos descansar en ese mar en calma. En ese momento, desperté y vi a lo lejos a mi familia que me llamaba para que juntos nadásemos en el mar en calma .
Somos la Asociación Extremeña de Familiares Afectados por Trastorno de Personalidad, (AExFATP), cuyo nacimiento viene condicionado por la soledad en la que nos encontramos los familiares de estos pacientes y la necesidad de localizar personas con problemáticas similares que comprendan la situación tan crítica a la que nos vemos abocados.
Antes de entrar en la asociación todos los miembros tenemos experiencia en peregrinajes por profesionales terapeutas tratando de poner una etiqueta a lo que está ocurriendo.
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