Alicia se levantó a duras penas de la cama, la habitación era un desastre y su vida también. No recordaba la última vez que sonrió, desde hace algunos meses solo veía la vida con gafas de sol.
Su familia solo le decía: levántate, que eso que tienes se quita con “dos hostias”
Cuando notó que las cosas no iban bien puso un muro a sus emociones y sacó la mejor de sus sonrisas. Detrás de su rostro feliz su vida se deshacía en pedazos.
Hay sonrisas más tristes que un mar de lágrimas.
No pidió ayuda, a ella no le podía estar pasando esto.
Lo negó.
Empezó a no poder contener las ganas de llorar todo el día. Llegó la apatía y la falta de ganas, dejó a un lado todo lo que antes le hacía feliz.
Empezó a sobrevivir sin vivir.
Ella solo flotaba y se dejaba llevar por ese halo triste que a veces impone la soledad.
Para los otros ella era vaga, malcriada y aburrida. Siempre triste, siempre cansada y siempre esquiva.
Ella merecía estar sola, daba mala vibra.
Alicia no tenía oscuridad en sus actos, estaba enferma, más enferma de lo que unos ojos torpes pueden ver.
Alicia vivía en una sociedad donde el éxito es la única forma de ser feliz. Una sociedad rígida con altos cánones de normalidad impuesta y bajos valores de respeto al prójimo.
Una sociedad que reza los domingos y discrimina los lunes.
Una sociedad de hipócritas con corbatas.
Alicia había pedido ayuda a su madre, a sus hermanos y a sus amigos.
“Eso que tienes se quita con un polvo”
“Dos hostias te deba yo”
“Lo que necesitas es un novio”
Y la ayuda se convirtió en miles de dagas, en lugar de manos y hombros donde llorar.
Y Alicia lo hizo, lo meditó, y cuando no había nadie en casa se tomó todas las pastillas que habían en la mesa.
Y no se arrepintió.
Llegamos lo más pronto que avisaron y pudimos hacer las cosas bien.
Y le salvamos la vida que se empeñaba en no tener, y le dimos otra oportunidad.
Alicia mejoró, salió adelante con la ayuda que tanto necesitaba y que por fin llegó.
Alicia no era oscura, ni estaba triste, ni necesitaba un polvo.
Alicia sufría depresión, una enfermedad jodida y muy frecuente que no se cura con “dos hostias”, sino con recursos de ayuda.
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